Estas agresiones se sustentan sobre todo en la idea
que subyace a muchas culturas, de que las mujeres debemos ser sumisas al
control de otros. Ello se refleja, con mayor frecuencia, no en alarmantes
sucesos machistas, sino en hechos ampliamente aceptados que minan la vida de
las mujeres, también aquí, en España.
El reparto de roles en la publicidad, las series juveniles,
películas, etc. transmiten a nuestros jóvenes y adultos, modelos de género que
favorecen que la situación de desigualdad que sufrimos las mujeres se perpetúe.
También las políticas públicas que aceptamos en nuestro
Estado (así, por ejemplo, los recortes en los servicios sociales: becas, ayudas
para el comedor escolar, ayudas a la dependencia, guarderías públicas,
ayudas para el alquiler, etc.) dificultan especialmente las vidas de las
mujeres, todavía responsables en una mayor medida, de todos esos trabajos de
cuidados secularmente desvalorizados y feminizados: alimentación, educación,
limpieza, vestido, organización de la economía familiar, estabilidad emocional
en el hogar, etc.
El mismo sesgo de género que han resultado tener estos
recortes, tuvieron también aquellos famosos fondos del denominado Plan-E,
que se destinaban fundamentalmente al sector de la construcción,
abrumadoramente masculinizado.
Esto es violencia estructural del sistema; es decir,
condiciones intrínsecas a nuestro modo de organizar la sociedad, que hacen que
las vidas de las mujeres sigan siendo más duras. Esto es, también, una forma de
agresión por razón de género.